Presunto inocente

Para que me crucifiquen. Sé que con este tema se pueden herir susceptibilidades, pero es importante retomar la subjetividad y traerla a casos de la realidad, situaciones que todos tenemos en común y que día a día generan una reacción en nosotros.

Tengo dudas, tengo preguntas y más que una opinión es una voz de auxilio para ayudarme a entender el rumbo de un país, del planeta de acuerdo a los pensamientos y decisiones plurales de todos sus habitantes.

En días pasados vi el acribillamiento público de Daniel Quintero, alcalde de Medellín, por casos de presunto abuso sexual. Y así como de él he visto casos de miles de hombres y mujeres siendo denunciados con nombre propio, fotos, datos de familiares y perfiles en redes sociales. Me pregunto ¿es eso lo correcto? ¿No es lo mismo apedrear a una persona que atacarlo en el escarnio público sin pruebas?

No le pienso prender velas a Quintero, pero creo que el único error hasta ahora ha sido en su comunicación, tal vez, en la lucha desesperada de un hombre de buscar mostrar su inocencia.

Y me perdonarán, pero en esa forma de atacar violenta y sin filtro también se ha ido gestando y aumentando la polarización política de este país. Ataques personales, bajos, como gritos de desespero por poder, por destruir.

No confío en la justicia del país y no tengo por qué hacerlo. Pero es que en ella no está el problema en todo su esplendor. Nos olvidamos de la poliatría como decía Héctor Abad Gómez y es que los males de las personas como individuos, responden a una enfermedad social más grande, a la desigualdad (en todos sus aspectos), la pobreza física y cultural, y la falta de acceso a recursos básicos. Porque también está claro que entre otras el heteropatriarcado se ha impuesto como respuesta a todas estas carencias y sus posiciones, y para pesar de nuestra sociedad, se han vuelto hegemónicas y cerradas al cambio y la discusión.

Nos indignamos por todo defendiendo nuestro punto de vista, nos olvidamos de empatía con las personas que no piensan como nosotros. El ataque y la polarización se han llevado a las redes sociales y ahí es donde se ha profundizado este problema, pues también nos hemos encargado de exponernos sin barreras y sin tapujos y esa forma de expresión se ha convertido en nuestra mayor debilidad.

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